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Uno de los primeros recuerdos que tengo de la infancia, es tratar torpemente de descifrar las palabras e hilar las frases que decían los personajes en un libro recopilatorio de tiras de Mafalda. Esas tiras fueron mi primer paso en el mundo de la palabra escrita y también en el mundo de la narración visual, seguramente después del clásico silabario con que aprendimos a leer todos quienes nacimos en la década de 1980. La verdad es que habrían de pasar muchos años antes de que pudiera entender a cabalidad la profundidad del mensaje que Quino transmitía a través de Mafalda, el cual se remite a reflejar en los habitantes de un barrio bonaerense, las particularidades, miserias y contradicciones, de lo que significa vivir en una urbe de nuestro continente. Poco se puede decir sobre Mafalda, que no haya sido dicho ya en múltiples ocasiones, partiendo por la admiración que le declara Umberto Eco a esta pequeña niña esencialmente contestataria y rebelde, y la relación que establece con Charlie Brown como su contraparte norteamericana, cada uno reflejo de las preocupaciones de una misma época, pero desde dos realidades materiales distintas. Y es que Joaquín Lavado nunca ocultó que su principal fuente de inspiración, fue la admiración que sentía por la obra de Charles M. Schulz, y en particular por la forma en que una pequeña pandilla de niños podía convertirse en el reflejo de las incertidumbres y preocupaciones de una sociedad completa. Quino fue el aprendiz que se transformó en maestro, porque complejizó la relación que se podía establecer entre un grupo de niños, agregando adultos a la historia, y creando una obra mucho más descarnada y cruda que Peanuts, a pesar de mantener el tono de humor irónico que es propio del género. En otras palabras, Quino creó una obra esencialmente latinoamericana.
Pero remitirse únicamente a Mafalda, es ver sólo una pequeña parte de los casi 60 años de Joaquín Lavado como dibujante, o más correctamente como artista visual. Las tiras que suceden a Mafalda, que se termina de publicar en 1973, tienen una profundidad y una belleza que hace imposible buscar cualquier tipo de parangón en la historia de la narración visual.
Siempre he pensado en el problema de la envergadura de las obras literarias, en términos de que a novelas gigantes como Moby Dick o Los Miserables, perfectamente se les podría quitar un par de capítulos y seguirían siendo obras maestras, mientras que los cuentos justamente por lo breves que son, deben ser absolutamente perfectos incluso hasta en la puntuación. Lo mismo pasa con las novelas gráficas en comparación a las tiras, teniendo estas últimas la necesidad de ser perfectas en cada trazo de la imagen y en cada palabra escrita por el autor. Joaquín Lavado fue tan bueno en este arte, que realizó la que es para mi gusto, la mejor tira jamás creada, una suerte de “El Sur” borgeano por su perfección, pero en narrativa visual. Me refiero a la siguiente tira, donde relata la historia de Martina.
La usual interpretación formalista de los cómics, indica que en la medida en que los rasgos de un personaje sean menos reales (o más caricaturescos), mayor será la representación o empatía que el lector sentirá por dicho personaje. Quino produce entonces una constante tensión entre la imagen y el texto de cada viñeta, en términos de que el lector se ve reflejado en las imágenes de la precariedad en la que vive Martina, lo que a su vez está siendo contrastado por el relato textual de quien suponemos es su patrona. Se produce una ruptura de esta dinámica, en la única viñeta en que Martina habla, ya que allí el foco de la imagen se confunde con la mirada de la patrona de Martina, rompiendo la tensión a partir de la interpelación que le hace: ¡tu vida es más fácil que la mía!, frente a lo cual Martina no puede responder sino asintiendo. Quino nos invita a ser Martina durante gran parte de la tira, para en el momento cúlmine bruscamente ponernos en los ojos de su patrona, y ver la humillación a la que estaba siendo sometida. Toda la historia termina con el detalle, a la vez hermoso y horroroso, de que el texto de la viñeta final es el mismo texto de la viñeta inicial; Martina entonces está condenada a repetir cada día este ciclo de explotación y humillación, instalando incluso la duda sobre si las palabras de la patrona no se han convertido ya en una voz interna en la mente de Martina. No conozco a otro autor capaz de combinar de semejante forma, sutileza y crueldad.
La obra de Quino significa para mi el inicio del viaje por el mundo de la narración visual, a la vez que significa también, como para millones de latinoamericanos, el despertar de la consciencia hacia la existencia de realidades como la de Martina, frente a las cuales no queda sino como única respuesta posible el inconformismo y la rebeldía de Mafalda. Joaquín Lavado demostró en su vida, que el arte puede tener una componente profundamente ética, que a la vez que ilumina, nos empuja en la práctica a convertirnos en mejores personas. Es por todo esto que hoy, sus lectores, sentidamente lloramos su partida.
Lecturas Recomendadas
- “Mafalda la contestataria”. Prólogo de Umberto Eco, 1969.
- “Mafalda: Historia Social y Política” Isabella Cosse, 2014.
- “¡Yo no fui!” Quino, 1994.
- “Esto no es todo” Quino, 2001.
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