Sobre Condes y Vampiros. Los de verdad y los no tanto: “El Conde” de Pablo Larraín

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Sobre Condes y Vampiros: Los de verdad y los no tanto.

Por Pablo Rompentin

Cine y realidad: La eterna disputa

En 1932 el filósofo Rudolph Arnheim escribió un pequeño ensayo titulado “El cine como arte” en el que establecía lo que le parecía que eran las características propias del medio cinematográfico que lo posibilitaban como un medio de expresión artística, y a través de ello encendió una polémica que continúa hasta el día de hoy. En dicho ensayo Arnheim planteaba que el cine fácilmente se confunde con la realidad, y que por lo tanto para ser un medio artístico, el creador debe manipular los elementos que alejan al cine de la realidad. De ahí por ejemplo que se considere hasta el día de hoy el blanco y negro como sinónimo de cine arte, ya que el color asemeja la imagen en movimiento a la realidad. Casi un siglo después, aún hay partidarios y detractores de las ideas de Arnheim, pero lo que sí resulta de consenso es que la cinematografía, el arte de las imágenes en movimiento, no es la realidad en sí misma, a lo más puede aspirar a ser una visión de ella a través del género documental, pero las ficciones solamente ficciones son, por mucho que la espectacularidad del cine las haga parecer reales. 

 

 

Gran polémica ha generado el recientemente estrenado film de Pablo Larraín “El Conde”, donde se representa al dictador Augusto Pinochet como un viejo vampiro de 250 años, que vive prácticamente aislado y que sólo sale a cazar de forma esporádica, ya no con la voracidad con la que arrasó el país mientras lo gobernaba con mano de hierro. Son muchas las voces que se han levantado planteando que la sátira o la burla no corresponde para el caso de un dictador genocida que fue responsable de la muerte, desaparación y tortura de decenas de miles de personas. Me parece que dichas opiniones caen justamente en intentar requerir al cine un elemento documental que no es propio de la ficción cinematográfica, llegando incluso a atacar injustificadamente al autor de la obra (los pecados de los padres no tienen por qué pagarlos los hijos). Es interesante en este sentido recordar que la visión satírica sobre el dictador Pinochet no es nueva en las artes visuales chilenas, basta ver algunas de las obras de Francisco Papas Fritas para dar cuenta de que la imagen del dictador ha estado presente en diversas dimensiones, llegando incluso a representarlo como una especie de Darth Vader chileno. ¿Por qué nadie entonces pone el grito en el cielo por la obra de artistas como Francisco Papas Fritas? 

 

Siendo honesto en realidad sí, hay gente que ha puesto el grito en el cielo por la obra del Papas, pero hay un primer elemento de masividad de la obra cinematográfica frente a la obra pictórica, que hace que esos gritos no hayan resonado tanto. Adicionalmente hay un segundo elemento, que me parece mucho más interesante, y que es la idea central que he intentado expresar en la presente columna: el cine se nos confunde con la realidad. Parece ser que la imagen en movimiento es algo a lo que aún no nos acostumbramos del todo, nos asombra la espectacularidad del cine, nos parece mágica, y más aún cuando vemos una obra cinematográfica en casa, fácilmente nos confundimos con la realidad que vemos a través de los mismos dispositivos, por ejemplo en los noticieros. En algún nivel de nuestra conciencia la línea entre la realidad y la ficción de las imágenes en movimiento parece ser muy delgada, pero no por caer en la fantasía del arte cinematográfico sería justo pedirle a la ficción un carácter documental. 

Entre la Condena y la Sátira

Una de las innovaciones que ha traído la cinematografía sobre vampiros en el siglo XX, es reimaginar la obra original de Bram Stoker, pero omitiendo a los protagonistas Mina Murray y Jonathan Harker, y centrándose en la lucha entre Drácula y un Van Helsing femenino, siendo ejemplo de esto la miniserie Drácula que estrenó la BBC en 2020. En este sentido una de las gracias de El Conde, es justamente tomar personajes de la obra de Stoker y reimaginarlos en el contexto del dictador Pinochet, representado por ejemplo al sirviente sediento de sangre Renfield, como el genocida Miguel Krassnov, y agregando al igual que en la serie de la BBC, un Van Helsing femenino que busca destruir al Conde. 

Punto aparte merece la conmovedora belleza de toda la fotografía del film, a cargo del experimentado Edward Lachman, quien transita desde cerrados espacios heredados de Tarkovsky, hasta la inmensa extensión de la zona costera del centro de Chile y la Pampa Magallánica. Personalmente creo que me costará mucho olvidar el atractivo y la delicadeza de la escena de una vampiresa aprendiendo a volar, algo completamente novedoso en la cinematografía sobre vampiros. 

 

 

Como dijo el presidente Boric hace algunos días, Augusto Pinochet fue un dictador cuyo gobierno mató, torturó, exilió e hizo desaparecer a quienes pensaban distinto, además de ser un corrupto y un cobarde; no nos podemos equivocar en esto.  Sin embargo también se puede agregar que Pinochet fue un tipo grosero, ordinario y chabacano en sus gustos, lo que lo hace justamente sujeto de sátiras tales como los actos performáticos realizados por el humorista Juan Carlos “Palta” Meléndez a fines de los 90.

Resarcir a las víctimas, encontrar a los desaparecidos y de forma general entregar justicia sobre los horrores cometidos por Pinochet y sus secuaces es algo que se le debe exigir al Estado de Chile, y que para algunos casos recién hoy 50 años después del golpe se está asumiendo. En ningún caso podemos asignar esa misión a un film, que como ya he planteado vive en el ámbito de la ficción, por mucho que nos sea fácil confundirla con la realidad. 

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